La historia reciente de Oriente Medio siempre ha tenido una carga simbólica y política. Pero lo que hoy ocurre con Israel —su ofensiva en Gaza, la interceptación de flotillas humanitarias y el creciente aislamiento diplomático— ha colocado a Netanyahu bajo el foco en su reputación online.
La guerra que no termina: ¿cómo llegamos hasta aquí?
La actual escalada comenzó el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque contra Israel, matando a unas 1.200 personas y secuestrando a más de 250. Fue el ataque más mortífero contra ciudadanos israelíes en décadas, y el golpe perfecto para justificar la respuesta más contundente del Estado judío en los últimos años.
Netanyahu declaró entonces que la guerra “duraría lo que hiciera falta”, y que el objetivo era “aniquilar a Hamás”. Pero un año después, el saldo es más sombrío que estratégico. Según el Ministerio de Salud de Gaza, más de 65.000 personas han muerto bajo los bombardeos israelíes. Dos millones viven bajo asedio. Y la reputación internacional de Israel, y la de su primer ministro, ha quedado profundamente erosionada.
Israel prohíbe la entrada de periodistas internacionales en Gaza desde el inicio de la guerra, lo que dificulta la verificación independiente. Pero en los ojos del mundo, las imágenes de edificios pulverizados, niños heridos y hospitales colapsados no necesitan pie de foto: la narrativa ya se ha formado.
De líder fuerte a figura polarizante
Durante años, Netanyahu fue percibido como un estadista hábil, capaz de mantener un delicado equilibrio entre seguridad, economía y alianzas internacionales. Su vínculo con Donald Trump fue clave para consolidar una imagen de poder: logró que EE. UU. trasladara su embajada a Jerusalén, reconociera la soberanía israelí sobre los Altos del Golán y cerrara filas en organismos internacionales.
Pero esa era terminó.
Hoy, Netanyahu es abucheado en la Asamblea General de la ONU. Su reciente intervención en la 80ª Asamblea General fue recibida con un acto de rechazo poco habitual: decenas de diplomáticos se levantaron y abandonaron la sala cuando el primer ministro subió al estrado.
Desde los altavoces se repetía la petición de “orden en la sala”, mientras fuera del edificio, cientos de manifestantes llenaban Times Square en Nueva York con banderas palestinas, carteles y cánticos contra la ofensiva en Gaza.
El contraste fue notable: vítores y aplausos dentro de un sector minoritario, algunos levantando los puños en apoyo a Netanyahu, frente a los asientos vacíos en la zona de los delegados oficiales, que hablaron más alto que cualquier discurso. Un daño reputacional evidente.
Las protestas no se limitaron a EE.UU.
- En Italia, activistas bloquearon vías y convocaron concentraciones en solidaridad con la Flotilla.
- España, estudiantes de varias universidades organizaron marchas y huelgas, y el Parlamento de Cataluña suspendió su sesión en señal de protesta.
- Colombia, la detención de ciudadanas a bordo de la Flotilla derivó en un conflicto diplomático que culminó con la expulsión de la delegación israelí.
- En países como Irlanda, Francia, Alemania y Noruega, se han multiplicado las manifestaciones ciudadanas, algunas de ellas reprimidas, en apoyo a Palestina y en repudio a las acciones del gobierno israelí.
Los aliados tradicionales se muestran cada vez más incómodos. Las críticas ya no se esconden en pasillos diplomáticos: se hacen públicas en editoriales, declaraciones parlamentarias y decisiones políticas como el reconocimiento al Estado palestino.
La reputación internacional de Netanyahu, otrora blindada, se resquebraja en directo.
Incluso el mapa del reconocimiento a Palestina está cambiando: países como Australia, Reino Unido, Canadá, Portugal, Francia, Bélgica y Luxemburgo se han unido a la lista de Estados que reconocen oficialmente un Estado palestino.
El mensaje es claro: el mundo no respalda incondicionalmente a Israel… y mucho menos a Netanyahu.
La Flotilla Humanitaria: represión, propaganda y daño reputacional
En pleno colapso reputacional del gobierno de Netanyahu, la interceptación de la Global Sumud Flotilla ha añadido un nuevo frente de crítica internacional.
El convoy, formado por 44 embarcaciones con activistas de 12 países, intentaba llevar ayuda humanitaria a Gaza rompiendo el bloqueo israelí. Entre los participantes estaban Greta Thunberg y Ada Colau. Sin embargo, fueron interceptados por el ejército israelí en aguas internacionales, violando —según expertos legales— el derecho internacional marítimo.
Las escenas descritas por los tripulantes —embestidas, cañones de agua, incomunicación forzada y deportaciones inmediatas— contrastan con la justificación israelí, que acusa a la flotilla de vínculos con Hamás. Las pruebas presentadas, sin embargo, han sido tachadas de propaganda política por portavoces de la misión y juristas independientes.
Varios gobiernos, como España, Italia y Colombia, han solicitado explicaciones formales. Mientras tanto, las imágenes de detenciones arbitrarias y la criminalización de la ayuda humanitaria siguen circulando en redes, reforzando una narrativa global: Israel ya no controla su reputación, solo su relato.
Para Netanyahu, este episodio es devastador en términos más simples: es una crisis reputacional. No solo se bloqueó una misión humanitaria: se ofreció al mundo la imagen de un Estado que reprime la solidaridad internacional con una fuerza desproporcionada.
La ruptura con Colombia: el aislamiento diplomático se profundiza
Uno de los golpes más recientes a la imagen de Netanyahu provino de Latinoamérica. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ordenó la expulsión de la delegación diplomática israelí tras la detención de dos ciudadanas colombianas que participaban en la flotilla humanitaria.
“Un nuevo crimen internacional de Netanyahu”, escribió Petro. También denunció el Tratado de Libre Comercio entre ambos países. La reacción fue inmediata: protestas diplomáticas, acusaciones cruzadas, y un distanciamiento que hasta hace poco era impensable.
Colombia, uno de los aliados históricos de Israel en la región, se suma así al creciente número de voces que denuncian las prácticas del actual gobierno israelí como una violación al derecho internacional.
¿Qué les espera a los activistas?
Tras la detención en aguas internacionales de los participantes de la Global Sumud Flotilla, las consecuencias legales y humanas se acumulan con rapidez. Según el procedimiento habitual en Israel, los activistas son trasladados a puertos israelíes, donde enfrentan interrogatorios sin asistencia legal inmediata, aislamiento temporal y presión para firmar órdenes de deportación inmediata.
Estas órdenes implican reconocer por escrito que intentaron entrar ilegalmente en Israel, lo que conlleva una prohibición de acceso al país durante hasta 100 años. Quienes se niegan a firmar enfrentan procesos judiciales y penas de prisión, con condiciones de detención que han sido fuertemente criticadas por organizaciones como Amnistía Internacional y Adalah, una ONG de derechos humanos árabe-israelí.
Varios activistas —incluidos europeos— han denunciado malos tratos, hacinamiento, falta de higiene y, en algunos casos, alimentación forzosa tras declarar huelga de hambre, una práctica que contraviene estándares internacionales. El precedente del barco Madleen, interceptado en junio, sigue fresco: sus tripulantes reportaron condiciones insalubres, largas detenciones sin juicio y aislamiento.
El gobierno israelí defiende estas medidas bajo el argumento de seguridad nacional y sostiene que la flotilla violaba el bloqueo marítimo legalmente impuesto sobre Gaza. Sin embargo, la comunidad jurídica internacional cuestiona esta legalidad, recordando que las interceptaciones ocurrieron fuera de aguas territoriales israelíes, y que la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar reconoce el paso de ayuda humanitaria incluso en contextos de conflicto.
Desde el punto de vista reputacional, esta respuesta endurecida está generando un efecto búmeran. Las imágenes de detenciones arbitrarias, la criminalización de figuras públicas y la falta de transparencia refuerzan la narrativa de opresión frente a la de seguridad, debilitando aún más la imagen exterior del gobierno de Netanyahu.
A medida que la presión diplomática crece —con gobiernos como España, Colombia, Irlanda o Turquía exigiendo explicaciones formales y garantías para sus ciudadanos—, se instala una pregunta incómoda para Israel: ¿está protegiendo su seguridad o erosionando irremediablemente su legitimidad?
Una pregunta abierta al mundo (y al liderazgo)
¿Puede un líder resistir el descrédito internacional sin poner en riesgo su legitimidad interna?
La historia reciente ofrece ejemplos elocuentes. Y aunque Netanyahu conserva poder en Israel, su reputación digital ha entrado en una zona gris de la que pocos regresan ilesos.
El tiempo, la política y la opinión pública global terminarán por definir su legado.
Lo que está en juego ya no es solo la victoria militar. Es algo más delicado, más frágil y más difícil de recuperar:
La confianza.